domingo, 19 de junio de 2011

Niceto Blázquez, O.P.

Niceto Blázquez, O.P.

Niceto Blázquez, O.P.

LA VERDAD

LA VERDAD

Existe una verdad sensible y científica que aprendemos de la multiplicidad de las ciencias mediante la inteligencia. En este contexto llamamos verdad de la vida a lo que nos enseña la vida misma en todas sus formas de manifestarse, desde la vegetal hasta la vida de Dios, pasando por la vida de los animales y de los hombres. Observando todas esas formas de vida aprendemos a descubrir sus misteriosas leyes y a ajustar nuestra forma de vivir a ellas. La maestra o el profesor es la vida misma y nosotros somos sus aplicados alumnos. La vida es la que enseña y nosotros somos los que aprendemos de ella. Cuando se dice que la experiencia es maestra de la vida estamos reconociendo que la vida es la fuente y el referente principal de esa experiencia. Ahora bien, la vida que no engaña ni es un puro sueño, como dicen los pesimistas y los poetas, es aquella que arrastra consigo la verdad de sí misma y de todo cuanto existe. La vida conduce a la verdad y la verdad nos lleva a la vida. De ahí que vivir al margen de la verdad es una forma falsa y muy peligrosa de vivir. Pero, ¿qué es la verdad? Esta es la cuestión. Se habla de muchas especies de verdades o percepciones subjetivas de la realidad, pero ¿existe alguna verdad o percepción de la realidad que pueda ser considerada como vital y decisiva para encontrar la felicidad en este mundo y allende la muerte fuera del tiempo y del espacio?

1. PONCIO PILATO Y EL PROBLEMA DE LA VERDAD

Como es sabido, Poncio Pilato (Pontius Pilatus) también conocido como Pilatos, fue gobernador romano de Judea entre los años 26-36 después de Cristo al que interrogó sobre las acusaciones que presentaron los judíos contra Él. Pero antes de dictar su sentencia letal contra Jesús precedieron unas palabras relacionadas con el problema de la verdad. Según Juan 18,37-38, “le preguntó entonces Pilato: Así que tu eres rey? Jesús le contestó: tú lo has dicho, soy rey. Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad, y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan. ¿Y qué es la verdad?, le preguntó Pilato”. Sin esperar respuesta a esta pregunta se lavó cínicamente las manos y, convencido de la falsedad de las acusaciones y de la inocencia total de Cristo, consintió que fuera crucificado. De ahí el significado deleznable del dicho popular “lavarse las manos como Pilato”. Pilato no era un filósofo romano que estuviera interesado por la verdad como los filósofos griegos, sino un político oportunista y ambicioso a las órdenes del emperador Tiberio y cualquier fracaso en la administración política de Judea podía constituir su desgracia ante el emperador romano. Pilato temió que si era coherente y proclamaba la inocencia de Jesús perdía el control de los judíos y ello le llevó a lavarse hipócritamente las manos entregando a Jesús para que fuera ejecutado. Lo que me interesa destacar aquí no es la forma injusta y vergonzante en que Cristo fue condenado a muerte sino la resonancia histórica de la pregunta retórica de Pilato a Jesús sobre la verdad.

2. ANALOGÍA DE LA REALIDAD UNIVERSAL

La verdad es la realidad de las cosas en cuanto pensadas. Si queremos pensar correctamente hemos de hacerlo en función de la verdad como trasunto subjetivo de la realidad que tratamos de conocer. No tiene sentido hablar de la verdad si no es por referencia a la realidad. Esta afirmación está refrendada por el sentido común y la experiencia de la vida y los filósofos de todos los tiempos han afrontado, de una u otra forma, este tema crucial de la realidad como soporte de la verdad con resultados diversos. En cualquier caso el concepto de realidad permanece siempre como punto de referencia común. Eso que llamamos verdad, ¿refleja o no la realidad y en qué medida?

El término “realidad” en español procede del latino res, que significa todo aquello que denominamos con el término “cosa” en su sentido más amplio. Para los juristas romanos, en efecto, res era tanto una finca como una joya de diamante o un esclavo. De res derivó el adjetivo realis, del que surgió el término abstracto realitas o “realidad” en español. Los filósofos se apresuraron a utilizar el término “realidad” para significar la esencia de la cosa, es decir, aquello por lo que tal cosa es lo que es y se diferencia específicamente de todas las demás. En el lenguaje ordinario, en cambio, el término realidad tiene un significado muy amplio. Así, por ejemplo, es utilizado para designar el conjunto de todas las cosas. Realidad es lo mismo que lo real o la totalidad de todo cuanto existe. En sentido amplio y sin ningún tipo de limitación, el concepto de realidad abarca a la totalidad de los seres materiales y espirituales. Las ideas, los valores, las ilusiones, las apariencias y hasta las meras posibilidades forman parte de esa realidad universal.

En sentido relativamente restringido, en cambio, el término realidad significa la totalidad de los seres materiales que constituyen nuestro mundo. Se habla, pues, de la realidad de las cosas, de los hechos, de los acontecimientos y de las situaciones reales de la personas por relación a sí mismas y con los demás. En el contexto de la reflexión metafísica cabe decir que el término realidad es tan extenso como el ente. Lo cual significa que la realidad es todo aquello que tiene de algún modo existencia sin confundirse con ella. La realidad difiere del ente en que éste apunta al acto de existir mientras que con el término realidad expresamos la quiddidad o esencia del ente o realidad existente. En el lenguaje coloquial expresamos esto mismo cuando decimos que hemos encontrado el quid de la cuestión. La conclusión inmediata de lo que termino de decir es que el término realidad es análogo por todos los costados porque se aplica a cosas muy diversas que difieren entre sí pero que al mismo tiempo tienen algo o mucho en común.

El intento más destacable y exitoso de establecer un orden jerárquico racional de las realidades o niveles del ser universal en la antigüedad se lo debemos a Aristóteles de Estagira (384-322). Me refiero a los famosos predicamentos, que no son más que un ensayo de sistematización racional de los diversos niveles de la realidad universal. Obviamente se trata de un ensayo limitado a la capacidad de percepción propia de un filósofo que desconocía la actual percepción científica de la realidad y de reflexión teológica sobre los diversos niveles de realidad existentes. A pesar de esas limitaciones, Aristóteles puso de manifiesto hasta qué punto existen diversos niveles de realidad para cuya comprensión resulta indispensable la aplicación epistemológica del prisma de la analogía.

En efecto, con un mínimo de observación concentrada pronto nos damos cuenta de que lo que es un todo respecto de sí mismo es al mismo tiempo parte respecto de los demás. En el frutero, por ejemplo, cada pieza de fruta es un todo y al mismo tiempo una parte del resto de la fruta que hay en él. Más aún, cada naranja es una pieza o unidad constituida por partes integrales distintas. Igualmente, cada cuerpo humano es una unidad orgánica con diversos miembros constitutivos. De ahí que lo que en un determinado nivel de realidad es genérico, a otro nivel de la misma es específico, y así sucesivamente vamos tomando nota de los diversos niveles de realidad teniendo en cuenta al mismo tiempo lo que es uno y múltiple, lo común y lo diverso, lo que une y lo que separa, lo permanente y lo que cambia en las cosas. En resumidas cuentas, la unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad. Para ayudar a comprender lo que termino de decir me parece conveniente añadir las reflexiones siguientes.

El acto por antonomasia de la razón humana, decía Tomás de Aquino (1225-1274) consiste en la operación intelectual mediante la cual el intelecto conoce las relaciones de unas cosas con otras, sea de las partes respecto del todo, sea respecto de sus fines respectivos. A esta operación la llama Tomás de Aquino ordenar, que no es otra cosa que poner cada cosa en su sitio y conocer cómo realmente son. Las cosas, como las personas, cuando están fuera de lugar, además de estorbar, están expuestas a ser olvidadas y eventualmente atropelladas. Para evitar esa posible tragedia intelectual, Tomás de Aquino ordena la realidad universal distinguiendo varios niveles u órdenes de realidad, presididos por la realidad ontológica del ser visto a través del prisma de la analogía.

Así, decía El Aquinate, existe un “ordo” o nivel de realidades que no son creación y producto de la razón humana, sino que la razón se lo encuentra ya hecho o constituido. Es todo eso en lo cual nos encontramos inmersos cuando venimos a este mundo sin comerlo y beberlo. Es algo anterior al ejercicio de nuestra razón que la inteligencia trata de conocer y transformar después pero que no ha producido sino que se lo encuentra ya hecho. Todos, en efecto, cuando hemos nacido, nos hemos encontrado inmersos en un mundo de cosas que ya estaban ahí, de las cuales muchas seguirán estando después de habernos muerto. Es un orden de realidad que nos es dada y que constituye el primer objetivo de nuestro conocimiento cuando llegamos al uso de la razón. Cualquier persona normal, en efecto, cuando llega al uso de la razón desea conocer los misterios de la naturaleza y de la existencia humana a la que nos han arrojado nuestros padres sin contar con nosotros para nada. Además del cosmos y la patria chica donde hemos nacido descubrimos también que hemos nacido en un contexto social, cultural y humano determinado. Todo este orden de cosas constituye ese nivel de realidad primero que nos es dado y en cual nosotros no hemos intervenido para nada. Así las cosas, sentimos la necesidad angustiosa de desentrañarlo mediante el conocimiento para encontrar el lugar que nos corresponde en ese aforo de la realidad y el sentido de nuestra existencia. Son las cosas que están ahí sin dependencia ninguna causal de nuestro conocimiento. Surgieron sin nosotros y muchas de ellas seguirán existiendo también sin nosotros. Ante este orden de realidades dadas no nos queda otra alternativa que la de conocerlo y, en la medida de lo posible, transformarlo en nuestro beneficio. Pero este orden o nivel de realidad no agota todo el espectro de la realidad.

Existe también el nivel de realidades opuesto al anterior. Me refiero a aquellas que son producto exclusivo de la razón humana en el ejercicio de sus actos propios y específicos. Es el mundo de los acontecimientos científicos, artísticos, sociales, religiosos y culturales en general. La cultura humana en todas sus manifestaciones y las instituciones sociales son fruto propio de la inteligencia humana con el refuerzo decisivo de la imaginación creadora. En este orden de cosas cabe destacar el mundo del lenguaje y de las normas más aptas para expresar y comunicar a los demás nuestros sentimientos, ideas y creencias. Son realidades producidas por la razón como resultado natural del ejercicio de esta facultad humana. Sin el hombre no existirían la ciencia, la diversidad de idiomas, las artes ni las religiones. Tratándose del primer orden de realidad las cosas son la medida de la inteligencia. O lo que es igual, la inteligencia se mide por las cosas. La sierra de Gredos ya existía cuando yo nací en 1937, y seguirá existiendo cuando yo me muera. Yo no tuve nada que ver con la formación de esa bella serranía abulense ni ella cuenta conmigo para nada. Pero nosotros podemos crear los idiomas y modificar el significado de todos los medios de comunicación humana. Podemos crear un idioma y eliminar otro. Es el mundo del lenguaje, de la conceptualización, del arte y de la comunicación humana que no existiría al margen del uso de la razón y de las facultades humanas que lo sostienen.

El tercer nivel de realidades destacado por Tomás de Aquino se refiere al de las realidad éticas y morales. Se refiere al orden de las acciones propiamente humanas que tiene lugar cuando el hombre obra con libertad personal razonable de acuerdo con las perspectivas del último fin o causa final. Es el mundo de la ética, de la moral y de las relaciones sociales en el que el grado de libertad responsable es decisivo para conocer la calidad humana de las diversas formas de comportamiento individual y social. El desorden en el uso de la libertad pone automáticamente en peligro la calidad humana de nuestra conducta. Cuando tal ocurre, el nivel de las realidades éticas y morales queda reducido al de las vegetativas y brutales. El orden de la realidad ética depende básicamente de la inteligencia humana y de la voluntad pero está muy condicionado por las circunstancias personales, educativas y sociales que nos rodean. Los dos valores de fondo que están en juego en este orden de cosas son la dignidad humana y la felicidad.

El nivel cuarto de realidad se refiere al mundo del arte y la tecnología, que también son en parte creaciones de la razón. Digo en parte porque la razón trabaja desde dentro, pero con cosas materiales transformándolas en realidades nuevas. El arquitecto, por ejemplo, trabaja en su mente los materiales que le son dados con los cuales produce otra realidad, la cual, al ser materializada en un bello edificio, se convierte en realidad dada para los futuros compradores o habitantes del mismo. Por su parte, las obras de arte no son creaciones propiamente hablando sino el resultado estético de un proceso de imaginación y tecnología. Las obras de arte no son realidades sacadas de la nada por los artistas sino de algo ya existente, aunque sólo sea en su imaginación, pero que es transformado de tal forma que refleja belleza y causa placer su contemplación. La belleza es una realidad tan diversa y analógica que se encuentra en todos los órdenes de la realidad, desde la naturaleza cósmica hasta las obras mística y de humanidad. En cualquier caso, lo mismo en las obras de arte como de pura tecnología, hay una realidad dada con la que trabajamos por lo que sólo en sentido metafórico cabe hablar de creación de nada o de algo. Pero esto no es todo. Hablando de realismo hemos de admitir la existencia de un quinto ordo o nivel de realidad. Me refiero al denominado ordo supernaturalis o mundo de las realidades ultracósmicas y sobrehumanas. De estas realidades se ocupan principalmente los teólogos cuando investigan y hablan de la existencia de Dios, de su vida y sus relaciones con los seres humanos. Es la parte más ardua y fascinante de la realidad.

De acuerdo con esta jerarquización realista del ser y de la vida en todas sus manifestaciones cabe diseñar sin cometer errores de principio la planificación de las ciencias indicando sus objetos de estudio y métodos propios de investigación. Pero el acierto en ese quehacer tan importante depende en gran parte del uso correcto del método analógico. La aplicación de la analogía nos permite saber en qué nivel de realidad nos encontramos para no confundir unos niveles con otros y evitar la confusión y desconcierto intelectual frente al ser y la vida. Al filtrar los diversos órdenes de la realidad en el discurso analógico nos percatamos, por ejemplo, de que lo que es verdad en física pura puede ser un disparate en términos metafísicos. Igualmente comprendemos con relativa facilidad que una acción estéticamente bella puede ser perversa y monstruosa en el orden ético y moral. Mucha de la incomprensión existente entre los diversos grupos humanos es debida a la diversidad de idiomas los cuales son barreras que impiden la comunicación humana. Pero también y tal vez en mayor proporción al uso unívoco y equívoco que hacemos del lenguaje y de los conceptos o percepciones que tenemos de la realidad. Al faltar el sentido de la analogía podemos estar diciendo y deseando todos lo mismo sin llegar jamás a entendernos.

3. ANALOGÍA DE LA VERDAD

Se habla de verdad lógica, científica, sensible, filosófica y teológica. La verdad lógica se refiere a la adecuación o conformidad de nuestra inteligencia con la realidad en todas sus manifestaciones y que se refleja en ideas y conceptos mentales elaborados por el sujeto humano cognoscente. Cuando nuestra percepción subjetiva es fiel a la realidad u objeto conocido se dice que nuestro conocimiento es objetivo, realista y certero. Por otra parte, cuando en la elaboración de nuestros conocimientos aplicamos tecnologías avanzadas, como son los modernos microscopios, los telescopios y toda suerte de máquinas relacionadas con la electrónica y los ordenadores, se habla de verdades científicas. Pero se habla además de verdades sensibles, aquellas que obtenemos mediante la aplicación directa de los sentidos, y de verdades intelectuales. En este último caso cabe destacar el papel decisivo de la reflexión filosófica o teológica mediante el uso correcto de la razón en nuestro esfuerzo por llegar a obtener una comprensión más profunda de la realidad. Como es obvio, la verdad, como la vida, es un término analógico porque se aplica a cosas que convienen y difieren al mismo tiempo. De ahí el riesgo de que la balanza se incline indebidamente hacia lo que une o hacia lo que separa. Así las cosas, hemos dicho y repetido que el método analógico en el uso de la razón asegura el equilibrio epistemológico necesario para no caer en uno u otro de los extremos que representan la absolutización indebida del todo y la relativización absoluta de las partes. El secreto del método analógico consiste precisamente en afirmar la unidad de las cosas sin perjuicio de su diversidad y, viceversa, afirmar su diversidad sin detrimento de la unidad.

Toda persona normal busca la verdad y todos creemos poseer parte de ella. Prueba de ello son las denominadas luchas ideológicas de quienes tratan de imponer a los demás lo que consideran que es la verdad. Por una parte tenemos conciencia de la verdad y hablamos de ella, incluso cuando nos declaramos escépticos o indiferentes. Los escépticos integrales tienen que admitir al menos la verdad de su escepticismo. Pero es preciso reconocer también que, de hecho, sólo una minoría de hombres y mujeres llegan a alcanzar un grado satisfactorio de conocimiento de la verdad después de mucho tiempo y con mezcla de errores, debido a la naturaleza compleja de las cosas, a las limitaciones naturales de nuestras facultades cognoscitivas y a las circunstancias personales y sociales que nos rodean. En cualquier caso, en el hombre hay un deseo natural de conocer la realidad en la que nos encontramos inmersos y de perfeccionar nuestros conocimientos adquiridos. El analfabetismo y la incultura resultan humillantes porque frustran ese instinto natural de conocer la verdad de las cosas y de la vida. Pero ¿qué es la verdad? Esta es la gran cuestión que queda siempre en el aire. Para acertar en la respuesta hay que tomar el término verdad en sentido analógico. Veamos, pues, cómo este término se aplica a muchas cosas que coinciden en algo y difieren en mucho.

Los expertos, por ejemplo, hablan de la verdad lógica. Esta consiste en la adecuación o conformidad de nuestras facultades cognitivas (sentido, inteligencia) con la realidad de las cosas y de los acontecimientos tal y como ellas se hacen presentes en nosotros como sujetos cognoscentes. Los expertos hablan también de verdades ontológicas, metafísicas y físicas según el nivel científico en que son tratados los diversos niveles de realidad. Se habla igualmente de cosas verdaderas y falsas, o verdad de las cosas, evocando en nosotros el aspecto real y auténtico de las mismas por contraposición a lo falso y engañoso. Las cosas se dicen verdaderas porque poseen los elementos constitutivos de su esencia. Así, por ejemplo, hablamos de verdadero o falso oro (no es oro todo lo que reluce), de monedas verdaderas o falsas y así sucesivamente de cualquier objeto sometido a nuestra consideración.

Dícese también la verdad de las personas. A quien dice la verdad lo consideramos veraz porque habla de las cosas como ellas son sin falsear su imagen. Otras veces denominamos veraz a la persona que es coherente en su conducta con lo que piensa o sabe, o porque sus actos son expresión exacta de sus ideas y convicciones. En esto, como es obvio, caben muchos equívocos bajo el pretexto de sinceridad ya que podemos ser muy coherentes con convicciones falsas. Por ello, las personas realmente auténticas y veraces se preocupan de que sus actos sean coherentes con sus convicciones verdaderas desechando al mismo tiempo las falsas. De esta forma se evita confundir a los virtuosamente sinceros con los cínicos, o al honrado con el “perfecto sinvergüenza”. Una cosa es ser coherentemente sinceros y otra muy distinta ser desvergonzados.

Pero la verdad se dice también de las palabras. Las palabras son verdaderas cuando expresan el contenido real de las cosas que significan. En este sentido decimos, por ejemplo, que tal o cual persona “tiene palabras de verdad”. Cuando esto ocurre aceptamos sin dificultad lo que oímos decir a esas personas. El decir siempre palabras verdaderas y el esfuerzo por encontrar las más adecuadas para expresar la realidad de la que se está hablando honra a quienes practican este arte y contribuye decisivamente a la humana convivencia por la credibilidad y confianza que generan en los demás. La expresión popular “doy mi palabra de honor”, aunque, por razones psicológicas de las que no puedo ocuparme en este momento, no sea aconsejable su uso, en el fondo refleja el gran valor humano de las palabras verdaderas que nos obligan moralmente a depositar nuestra confianza y credibilidad en los demás. De ahí también la frustración y desencanto que se refleja cuando una persona acusa a otra de haber faltado o traicionado a su palabra.

Quienes usan el término verdad en sentido unívoco piensan que sólo existe una verdad absoluta y derivan fácilmente en formas de conductas rigoristas e inhumanas. Por el contrario, los que usan el término verdad en sentido equívoco tienden a negar la existencia misma de la verdad. Según ellos, existen opiniones, puntos de vista, impresiones y percepciones meramente subjetivas. Existen tantas verdades como percepciones sentimentales y antojos. Pero lo que se dice la verdad de algo que pueda servir de criterio objetivo de conocimiento, ni por pienso. Esta mentalidad equivocista conduce derechamente al discurso sofista, relativista y frívolo sobre la realidad de las cosas, de la vida y de los acontecimientos. Así como la absolutización de lo que hay de común en las cosas nos lleva a la tiranía de lo uno sobre lo múltiple, la subjetivización y relativización equivocista degenera en tiranía de la diversidad sobre la unidad que da sentido y coherencia a las cosas. Como he explicado ampliamente en mi obra El uso de la razón (Madrid 2008), en ambos extremos se echa de menos el sentido de razonabilidad y de compresión humana que se subsana satisfactoriamente recuperando el sentido analógico de la verdad. En mi obra La nueva ética en los medios de comunicación (Madrid 2002) describí la trayectoria e importancia atribuida al concepto de verdad en la civilización occidental con vistas a responder al problema concreto de la verdad informativa. En este contexto me parece casi obligado destacar el significado que en la Biblia se atribuye al término verdad por relación a las verdades científicas y filosóficas de cuño helénico. Pero vayamos por partes.

4. VERDAD Y REALISMO

1) AJUSTAMIENTO A LA REALIDAD
Digamos, para empezar, que en la filosofía griega la verdad equivale a una relación epistemológica entre la mente humana y la realidad de las cosas. La verdad es la adecuación o conformidad de lo que percibimos mediante los sentidos y pensamos con el intelecto sobre lo que las cosas son o deben ser. Así las cosas, lo deseable es que nuestros pensamientos e ideas resulten lo más ajustados que sea posible a la realidad que tratamos de conocer. En toda especie de verdad hay adecuación o conformidad entre lo que pensamos y lo que las cosas son o deben ser. En este sentido me parece pedagógico y oportuno recordar seis niveles de verdad reconocidos por los representantes más cualificados del pensamiento occidental, lo cual nos va a facilitar la comprensión del sentido y significado bíblico de la verdad.

LA VERDAD ES LA REALIDAD DE LAS COSAS
En efecto, las cosas, las personas y los acontecimientos son lo que son independientemente de cómo a nosotros nos parezcan o la imagen que de ellas nos hayamos formado por la simple percepción sensible o del conocimiento intelectual. La verdad de cada cosa es su realidad al margen de nuestro conocimiento. Esto se cumple de forma taxativa y directa en la realidad que no depende para nada en su ser de nuestro conocimiento y que denominamos verdad fundamental. Su contrario es lo irreal o la nada. Este hecho queda muy bien reflejado cuando decimos que una cosa es el orden del ser y otra el orden del conocer. Nuestra percepción acertada o defectuosa de la realidad, en efecto, no cambia la realidad de las cosas. Su realidad no cambia porque nosotros tengamos una percepción desajustada o falsa de ellas o las denominemos con nombres distintos. La verdad fundamental o realidad del cigoto humano, por ejemplo, no cambia porque lo llamemos pre-embrión con la intención de legitimar su destrucción en nombre de la ciencia y del progreso biomédico. El aforismo latino: de nominibus non est curandum expresa muy bien la sinrazón de pensar que las cosas cambian su estatuto de realidad porque las llamamos con nombres diferentes. Los verdaderos científicos y pensadores, en efecto, no pierden el tiempo en poner nombres a las cosas sino que ponen toda la carne en el asador para conocer la realidad de las mismas antes de darles nombres.

LA VERDAD ES LA ADECUACIÓN O CONFORMIDAD DEL ENTENDIMIENTO Y LA COSA
Es la denominada adaequatio intellectus et rei equivalente a lo que denominamos verdad lógica, gnoseológica, crítica, formal y subjetiva. Su contrario material es el error material y el formal la mentira. El éxito en la consecución de esta conformación de nuestras facultades cognoscitivas con la realidad que es objeto de nuestro conocimiento depende de muchos factores ajenos a nuestra voluntad y al funcionamiento correcto de nuestras facultades cognoscitivas. La sordera, por ejemplo, o un bajo coeficiente intelectual son factores subjetivos que impiden seriamente la percepción correcta de la realidad y, como consecuencia, la formación de conceptos o ideas ajustadas a la misma. Todos los estados de desestabilización afectiva, cualquiera que sea su origen o etiología, constituyen un impedimento serio contra la verdad como adecuación de nuestras ideas y formas de pensar de acuerdo con la realidad de las cosas, las personas y los acontecimientos.

LA VERDAD ES LA ADECUACIÓN O CONFORMIDAD DE LA COSA Y EL ENTENDIMIENTO
Es la adaequatio rei et intellectus, que da lugar a la verdad ontológica o transcendental. Aquí cabe hacer la aclaración siguiente. La dimensión ontológica de la verdad apunta en primer lugar a la inteligencia primera que modeló la estructura del ser y de la vida. Su contrario es la falsedad. En este sentido los filósofos platónicos hablan de ideas ejemplares y los creyentes hablan de la inteligencia de Dios como diseñador primero del ser y de la vida. Por analogía, este tipo de adecuación se refiere también a la adecuación o conformidad de las cosas mundanas que han sido producidas por obra y gracia de la inteligencia humana. La verdad de estas realidades depende, en efecto, de su conformidad con el diseño científico, artístico o social de los científicos, artistas y sociólogos.

LA VERDAD ES LA ADECUACIÓN O CONFORMIDAD DEL OBRAR DE LAS PERSONAS DE ACUERDO CON LOS PRINCIPIOS Y REGLAS DEL OBRAR HUMANO LIBRE Y RESPONSABLE
En este contexto se habla de la verdad moral, y también de la verdad de la vida, si bien esta segunda dimensión nos lleva derechamente al concepto de verdad que aparece en la Biblia. Las diversas formas de conducta humana constituyen un orden de realidad humana en el que el uso prudente y razonable de la libertad personal es decisivo. Lo contrario a la verdad moral es la maldad humana en general, la mentira y la hipocresía de modo especial. El fundamento inmediato de esta especie de verdad es la realidad de la vida personal y social en la que estamos inmersos. En este contexto se habla también de “la hora de la verdad” cuando la vida humana es puesta a prueba por la realidad de la muerte.

VERDAD ES LA ADECUACIÓN O CONFORMIDAD DEL ENTENDIMIENTO Y LAS REALIDADES FÍSICAS EN SUS ASPECTOS MÁS ESENCIALES Y ESTABLES
Nos hallamos ahora en el terreno de las verdades científicas en sentido amplio. Modernamente se tiende a pensar que la verdad es científica sólo cuando es el resultado de una investigación sobre la materia llevada a cabo con la ayuda de modernas tecnologías avanzadas y precisión matemática. Pero el concepto de ciencia es analógico y por ello es aplicable también proporcionalmente a las verdades filosóficas y teológicas en las que la constitución física de las cosas y la precisión matemática pasan necesariamente por el filtro de la reflexión metafísica y teologal.

LA VERDAD INFORMATIVA
En los últimos tiempos ha adquirido una importancia muy destacada la verdad que nos es transmitida por los medios de comunicación social. Un buen servicio informativo es indispensable para la vida social y de ahí el interés que suscita esta especie de verdad. La verdad informativa consiste en la adecuación o conformidad de los mensajes del emisor con la realidad social contingente. Dicha adecuación la percibe el receptor al examinar los mensajes del emisor en los medios de comunicación social. Esta es la verdad informativa o comunicacional. Los mensajes informativos son puestos principalmente en prensa, radio, televisión e internet y al analizarlos constamos su conformidad o no conformidad con lo que realmente ocurre o acaece en la vida pública. El objeto propio de la verdad informativa que nos llega a través de los medios de comunicación o mass media es la realidad social en sus aspectos más noticiosos y cambiantes. Las cuestiones más importantes sobre la verdad informativa las he tratado ampliamente en mi obra La nueva ética en los medios de comunicación, Madrid 2002. En todas estas acepciones de la verdad hay algo común o genérico: la adecuación o conformidad entre el entendimiento y algún aspecto concreto de la realidad universal. Cada una de ellas equivale a un modo de percibir la realidad teniendo en cuenta los diversos niveles de realidad, de los que hemos hablado más arriba, aplicando rigurosamente el método analógico, que es el que corresponde a la inteligencia humana.

2) LA VERDAD DE LA VIDA, SEGÚN LA BIBLIA
El concepto de verdad, tal como lo hemos descrito, es troncal en el pensamiento griego clásico y de los filósofos de todos los tiempos. También aparece en la Biblia, pero con un significado muy propio y original. No se trata ahora de un concepto abstracto taxativamente filosófico o científico, sino de una forma de orientar la vida humana en términos de fidelidad y lealtad a Dios y a los hombres. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, la verdad es definida como constancia en los propósitos y fidelidad en las promesas. Dios es definido como Dios de verdad en razón de su fidelidad a sus compromisos y su camino es un camino de fidelidad y verdad (Gén 24,27,29; Jos 2,14; 2Re 20,19; Is 30,8; Jer 14,13; 10,10; Sal 31,6).
En el Nuevo Testamento Dios es la verdad y el propio Jesucristo se presenta como verdad y vida. Ha venido al mundo por la verdad y Él es la luz verdadera que da testimonio de la verdad de Dios (Jn 1,14-17; 1,9; 8,10; 18,37). En consecuencia, los cristianos o seguidores de Cristo tienen el deber de dar a conocer su fe por medio del Espíritu de la verdad, la cual contribuye de forma decisiva a la edificación de la comunidad de los creyentes (Jn 15,26; Ef 4,15). Dicho con otras palabras, en la Biblia el concepto de verdad aparece siempre relacionado con la fidelidad de Dios y de los hombres en sus palabras y acciones. En el Nuevo Testamento se insiste en la verdad con mayúsculas para designar a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, que es la forma de describir la naturaleza profunda y misteriosa de Dios. Así, ante el tribunal de Poncio Pilato, Cristo se proclama a sí mismo como la verdad. ¿Qué es la verdad?, le interroga retóricamente Pilato. Y Cristo responde a su modo: la VERDAD soy Yo. Obviamente, esta verdad no es un concepto científico o filosófico abstracto al estilo griego, sino la vida misma encarnada en la persona de Cristo como rostro visible de Dios y expresión de su amor en el Espíritu Santo. La verdad de la que habla la Biblia, por tanto, no es un concepto sino una persona, Dios, fuente de todo ser y de toda vida. Por descontado que ninguna de las otras especies de verdad está excluida en la Biblia, dado que la inteligencia humana, que es la causa inmediata subjetiva de las verdades científicas y filosóficas, es ella misma una creación de Dios. Lo que quiero decir es que la preocupación única y determinante de la Biblia en su conjunto es revelarnos a Dios como fuente del ser y de la vida y la necesidad de que el hombre sea fiel a sus designios. Cuando en la Biblia se dice que la verdad nos hará libres y salvos se refiere a Cristo en persona como rostro visible de Dios invisible. Y cuando Felipe le pide a Cristo que les hable del Padre, le recuerda que quien le ve a Él está viendo al Padre. ¿Qué es la verdad científica y filosófica? Ciertamente un concepto abstracto según los científicos, filósofos y psicólogos. ¿Qué es la verdad?, pensaba Pilato, y Cristo se apresuró a decirle lo que pensaba: la verdad de la vida soy Yo. O lo que es igual, no un concepto sino una persona vinculada vitalmente a Dios como un Hijo bueno a su amoroso Padre.

5. LA VERDAD OBJETIVA DE LAS COSAS Y LAS VERDADES SUBJETIVAS DE LAS PERSONAS
A pesar de todo lo dicho hasta aquí sobre la verdad queda siempre en el aire la pregunta cínica de Pilato sobre la misma. Cuando yo era joven pensaba que la verdad es una joya que a todo el mundo agrada como un billete de quinientos euros. Pero con el paso del tiempo y la experiencia he llegado a la conclusión de que esa moneda de la verdad no es tan deseada como yo pensaba. De hecho hay mucha gente que no quiere saber nada de ella y prefiere vivir en el engaño y la despreocupación optando por la mentira como estilo de vida y el engaño como sinónimo de éxito social. El argumento alegado para justificar su desinterés, si no desprecio, por la verdad suele ser que es un asunto muy subjetivo por lo que sólo existe la verdad de cada uno, la cual depende del cristal con que se mira, o sea, de la capacidad perceptiva de cada uno en función de sus deseos y aspiraciones. Este argumento es aceptable al cincuenta por ciento, pero pernicioso e indeseable como principio legitimador del escepticismo, la indiferencia o el desprecio de la verdad. No hace falta ser linces para entender las breves reflexiones que hago a continuación.

Es obvio que la verdad científica y filosófica es un constructo subjetivo condicionado por nuestra capacidad de percepción de la realidad. Un sordo profundo, por ejemplo, no percibe los sonidos ni los ruidos como una persona con buenas entendederas. Ni un ciego percibe la belleza de una puesta de sol como una persona que está bien de la vista. Así las cosas, si un sordo y ciego de nacimiento se empeña en cruzar la calzada porque no ve ni oye el ruido de los coches que circulan por ella, lo más probable es que, antes o después, sea atropellado por alguno de ellos. El argumento: no lo veo ni oigo, o no lo entiendo, luego no existe, es una sinrazón lamentable. Si caminando por la calle tropezamos y caemos al suelo malheridos es porque los tropiezos son una realidad que está ahí aunque nosotros no tengamos percepción ninguna de ella. Aplicando a nuestro caso la lección práctica de estos ejemplos tomados de la infinidad de ellos que podemos encontrar en la vida diaria, cabe hacer las siguientes precisiones.

Hemos dicho que la verdad es la realidad en todas sus manifestaciones reflejada en nuestras facultades cognoscitivas mediante sensaciones y conceptos analógicamente interpretados. Por lo mismo, negar que exista la verdad es un contrasentido como decir que no existe la realidad como punto de partida y referencia permanente de nuestra actividad cognoscitiva. Analógicamente hablando cabe decir que la realidad es una pero la percepción de la misma es tan diversa como la diversidad de nuestras percepciones subjetivas de la misma, que están profundamente condicionadas por factores genéticos, patológicos, emocionales, educacionales y culturales. En tal sentido cabe decir que la verdad fundamental que da sentido a la vida es una, como la realidad, y al mismo tiempo tan diversa como nuestras percepciones subjetivas de la misma.

En el primero y fundamental nivel de realidad las cosas son lo que son independientemente de la percepción subjetiva que nosotros tengamos de las mismas. Esta es la realidad que llamamos objetiva porque refleja lo que las cosas realmente son y no lo que nosotros pensamos u opinamos de ellas. En este sentido decimos con razón que la verdad existe y es una. Pero igualmente es razonable y realista decir que hay tantas verdades como percepciones subjetivas de la realidad. Diez periodistas, por ejemplo, acuden al lugar donde se ha producido un accidente de tráfico y cada cual hace una crónica del suceso de acuerdo con su capacidad de observación, de memoria sensitiva, intereses o el lugar más o menos estratégico desde el cual le han permitido observar lo acontecido. Terminadas unas elecciones políticas, por poner otro ejemplo, los líderes de los diversos grupos que han concurrido hacen una valoración pública de los resultados obtenidos y uno tiene la impresión de que todos han ganado las elecciones. Estas son las verdades subjetivas que están condicionadas por muchas circunstancias personales y ambientales. Ahora bien, por encima de todas nuestras percepciones subjetivas e intereses más o menos legítimos, está la verdad de una realidad objetiva que no cambia. Por ejemplo, el número exacto de muertos que se produjo en el accidente de tráfico o durante el terremoto, o la verdad del ganador real de las elecciones, al margen de las interpretaciones diversas que hagan de los resultados los politólogos, informadores y líderes políticos. Renunciar a la verdad como valor troncal de la vida es igual que salirse de la realidad en la que estamos inmersos para caer en el abismo de la mentira, del engaño y la muerte.

Pero no basta con buscar la verdad científica y filosófica. O lo que es igual, no basta conformarnos con las verdades científicas y filosóficas. Existe también la verdad teológica encarnada en la persona de Cristo, que no es un mero dato científico, un concepto o idea mental, sino el rostro visible y amoroso de Dios. De esta verdad de la vida es de la que habla la Biblia, que es un conglomerado de libros muy complicado y difícil de entender en muchos casos, pero cuyo estudio en profundidad nos abre horizontes de libertad, felicidad y esperanza que no encontramos en los libros científicos o filosóficos, por más que no podamos prescindir de ellos. En el Nuevo Testamento Cristo se presenta como el Hijo de Dios y su rostro visible, lo cual es ratificado y avalado de forma contundente con su muerte amorosa y resurrección de entre los muertos. La verdad científica y filosófica sirve para perfeccionar nuestra inteligencia y convertirnos en personas cultas, eruditas y eventualmente sabias. Pero la verdad de la vida, revelada en Cristo, va más lejos y nos sitúa en la perspectiva de la vida más allá de la muerte fuera del tiempo y del espacio. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.